Un año más, el 25 de noviembre se ha conmemorado el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la mujer.
Un año más y la violencia sigue. Siguen muriendo mujeres a manos de sus parejas, en un baile de cifras macabro que tiene sus orígenes enraizados en las mentalidades. Este fenómeno está muy bien explicado por Bordieu, por Lorente, por Echeburua, por Bonino, hombres todos ellos que han entendido el problema y por muchas, muchísimas mujeres que llevan años estudiando esta barbarie. Es un fenómeno minoritario, los asesinos son pocos hombres pero ahí están.
La violencia no cesa. Soledad Murillo reclama en las redes sociales que no hablemos de educación, que hablemos de igualdad, solamente de igualdad. Está clara la propuesta aun siendo tan importante la educación, algo en lo que la mayoría de las personas y expertos coincidimos, el centralizar la solución de la violencia de género en la educación desvía la atención del auténtico origen del problema y da coartadas a los que matan.
Dos de las últimas víctimas son jóvenes -17 y 19 años, muy jóvenes- es imposible que hayan generado tanto odio en sus asesinos. Prácticamente un tercio de las mujeres asesinadas al igual que las que denuncian son menores de 30 años.
Y volvemos a fijar la atención en la cabeza de los asesinos. Podríamos pensar con Dianne Russel que esta minoría de individuos son exterminadores de mujeres solo por el hecho de serlo. Como consecuencia estaríamos hablando de crímenes de odio, como el holocausto o las limpiezas étnicas.
Mujeres de negro denuncian que en Buenaventura Colombia se produce un sangriento feminicidio.
En estas sociedades tan arcaicas la violencia se lleva por delante no solo mujeres también hombres, pero solo una vez superada la violencia general emerge la información sobre la violencia contra las mujeres. Es el caso de Medellín también en Colombia, ciudad violenta reconocida mundialmente como tal, a la que Fajardo su alcalde dotó de bibliotecas públicas y Clubs de lecturas consiguiendo una rebaja de la violencia general. Ahora se conoce el número de mujeres muertas y maltratadas por violencia de género.
La violencia no cesa, llámese como se llame. “Feminicidio” como asesinatos de odio por ser mujeres; “violencia de género” como se consensuó en España para la Ley; “terrorismo doméstico” como la llaman muchas personas expertas; “violencia contra las mujeres” como propuso Naciones Unidas en 1993, todas estas denominaciones sirven para hablar de lo mismo. Es un fenómeno antiguo y universal, que sólo ahora se empieza a denominar. La educación sirve para enseñar que todos los seres humanos son iguales en derechos y oportunidades pero efectivamente hay muchos asesinos de mujeres educados y maltratadores muy educados, así que sigamos educando pero trabajemos por imponer la igualdad sobre todas los cosas.
La igualdad no es sino el pleno reconocimiento de los derechos de ciudadanía.
Coincido con Soledad Murillo en que se trata de una cuestión de derechos de ciudadanía, de libertad. Pero deben de ponerse en acción todos los mecanismos legales del sistema para empujar en esa dirección. No es de recibo que la mitad de la población esté amenazada constantemente por la otra mitad.
ResponderEliminarEn cuanto a la semántica del delito, violencia de género me parece pelín retórica hueca; violencia contra las mujeres relata un hecho de forma aséptica; femicidio entiendo que se ajusta a un plan premeditado de exterminación de un tipo determinado de mujeres, como el que se produce en algunas zonas de México. A mi manera de ver, que un colectivo muy numeroso de hombres pretenda mantener sojuzgado a otro colectivo igual de numeroso de mujeres y para lograr ese objetivo emplee la violencia de forma sistemática puede ser considerado terrorismo machista.
Como todos sabemos el camino que acaba en un “Feminicidio” empieza en cada comentario que menosprecia a una mujer, tenga esta el estatus que tenga, hasta cuando suponga un trato diferente a una “ministrable” que a uno del mismo rango. Todas esas diferencias, en general, siempre llevan encubierto un desvalor hacia la mujer, cuando no directamente un intento de sacarla de escena. Tenemos que ser inflexibles con los comentarios, los chistes, con todo aquello que suponga un trato diferente hacia la mujer. Cuando todo aquel o aquella que menosprecie de alguna forma a una mujer, por el hecho de serlo, se vea ridiculizado por los demás y se sienta aislado, dejará de hacerlo y empezará a respetarla. En mi opinión esos pequeños/grandes actos, de ser inflexibles con esas “bromitas”, salvan vidas.
ResponderEliminarLa compleja relación entre la desigualdad y el desprecio (de un@ mism@ y de los demás) es la cuestión central de la obra de Sennett, particularmente "El respeto" (2003, 2009, Anagrama) y aún así el subtítulo reza "Sobre la dignidad del hombre en un mundo de desigualdad". Es decir, ni queriendo nos libramos. En muchas mentes el ser humano sigue siendo el hombre. Son muchos siglos de desigualdad brutal. No creamos que la lucha acabará con cuatro leyes en treinta años. Hay que actuar deprisa, bien y sobre todo juntas. Si "el respeto es reconocimiento en acción", comencemos por reconocernos las unas a las otras. Nada conseguiremos sin ello.
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