QUÉ MUJERES Y POR QUÉ ASUMEN ACRÍTICAMENTE LA TEORÍA DEL
APEGO.
Frente a la teoría del apego
existe un quién y unos porqués. Las razones son diversas y complejas, pero aquí
se va a llamar la atención sobre dos motivos principales:
En primer lugar, la presión
social sobre las mujeres, que abona el eterno discurso de la “mala madre”
encabezado hoy por la medicina, como antes –y aún ahora en muchos lugares-
hicieran las religiones.
En segundo lugar, también el modo
en el que la reacción machista a los avances de las mujeres ha logrado calar en
la sociedad, haciendo retumbar en mentes y corazones términos como “feminazi”.
Tristemente, la sociedad parece
aceptar hoy de peor grado las reivindicaciones feministas de conciliación que
la idea del respeto a la fe y a las creencias de cada cual, lo que tal vez
concite a poner mayores esperanzas de éxito si a las tareas de cuidados, hasta
hoy minusvaloradas, se las reviste con nombres que hacen más referencia a
diferencias culturales que a la desigualdad de género, como en este caso el derecho de
cada cual a criar a sus hijos según sus creencias “de apego” en lugar de, lisa
y llanamente, el derecho de las mujeres a conciliar.
Se trata de una batalla a ganar
con mayor urgencia por cuanto que las jóvenes madres hoy se encuentran con unas
condiciones laborales cada vez más precarias y una ayuda familiar ya agotada,
con abuelos y abuelas de nueva generación, que ya no están disponibles en casa porque
también tienen que trabajar.
Pero no nos engañemos. Llevar a
un bebé al trabajo o poner por delante las necesidades del hogar, abandonando
el club de las “malas madres” y pudiendo “con todo” es un lujo que sólo una
élite de privilegiadas puede permitirse, respaldadas por su status económico,
sus padres y madres o sus propios amigos (o amigas)-jefes.
La mayoría seguirá inmersa en el
intento de asumir que son malas, como la mejor forma de aprender a funcionar en
sus múltiples dimensiones como trabajadoras, madres, amas de casa y personas; a
un cúmulo de tensiones y contradicciones que ni de lejos han tenido que
soportar nunca los hombres.
Para esta mayoría, el hecho de
que se las pasee por los ojos la imagen del bebé de una pretendida superwoman
que “puede con todo” sólo puede consistir en un acto de vanidad que entronca
con cuestiones de clase, una nueva especie de “virtud” victoriana, que les
recuerda a ellas lo “incompetentes” que son.
En la historia siempre ha habido
vanguardias y retaguardias. Lo importante, en cualquier caso, es que realmente
todo ello acabe sirviendo a la causa de la igualdad y la mejora de la calidad
de vida de todas y todos, y que no acabemos en una especie de “evismo” (como
correlato del actual regusto adanista) que acabe devolviendo a nuestras jóvenes
a las cavernas en lugar de a su supuesto paraíso.