miércoles, 15 de febrero de 2012

El silencio atronador en el entorno de las mujeres que sufren violencia de género

Los humanos somos paradójicos, tenemos una gran capacidad de ayudar y también una gran capacidad para dar la espalda e ignorar los problemas ajenos. Hay situaciones en que las personas se inhiben  y se comportan como espectadores pasivos del problema, sin hacer nada por intentar ayudar.

En una macroencuesta realizada por el Instituto de la mujer en el año 2000, La violencia contra las mujeres, la primera que se realizaba en España de estas características, ponía de manifiesto que el 12,4% de las mujeres mayores de 18 años son maltratadas por sus parejas y que el 70% de ellas llevaba al menos cinco años siendo agredidas. La gran mayoría de las mujeres maltratadas están rodeadas de un silencio atronador. El suyo propio y el silencio e inhibición de su entorno social.

Un elemento común en innumerables casos de violencia de género es que las agresiones sufridas por la mujer eran conocidas desde hacia tiempo por el entorno social inmediato de la familia. En un estudio del CIS, en abril de 1990, La desigualdad social en la vida familiar y doméstica II (estudio nº 1.867), a la pregunta “¿conoce usted algún caso de malos tratos a mujeres?”, el 29% de las personas entrevistadas respondieron que sí. Si el 12% de las mujeres son maltratadas y el 29% de la población conoce algún caso de malos tratos a mujeres, no parece que estos casos pasen desapercibidos en el entorno social de dichas mujeres.

Investigadores como Borofsky, Shotland y Straw demuestran que una mujer tendrá menos probabilidad de ser ayudada si quien la agrede es su marido u otra persona con la que tiene relación intima o de confianza, que si el agresor es un desconocido. En los experimentos que realizaron los dos últimos el porcentaje de intervención de los espectadores era del 65% si percibían que el agresor no tenía relación con la víctima y solo intervinieron en un 19% de los casos si creyeron percibir que el agresor era el marido.

Esta, podríamos llamar, “tolerancia social” en el entorno familiar y personal y que se debe a un falso respeto de la intimidad, supone que estos actos de violencia no representan “costos excesivos” para los agresores, sobre todo si con esta violencia obtienen además los objetivos deseados (por ejemplo, el control absoluto de la conducta de la mujer), de forma que así la violencia genera un feedback positivo al producir los resultados deseados por el agresor.

Intentando entender a un tiempo el silencio de la mujer, la posición de su agresor y el silencio de la sociedad que mayoritariamente no reacciona, aunque en poco mas de un mes ocho de sus hijas hayan sido asesinadas por ser mujeres, se revela claramente el sustrato del sistema patriarcal en el que mayoritariamente nos seguimos educando y vivimos.

Mientras no cambiemos el predominio mayoritario de este sistema las mujeres seguiremos añadiendo mujeres muertas y si además no pertenecemos a cierta clase social, seguiremos ninguneadas, cobrando menos o trabajando gratis…. Todo lo cual se va sumando en espiral hacia la violencia de género.

Es necesario que la marea violeta lo inunde todo, hasta el corazón más duro y el cerebro mas cerrado, hasta el despacho donde se evalúa si el dinero está mejor en otros programas que en las casas de acogida.